I-Una constelación de escenas de libros
aparecen ante la pantalla en blanco. Podría hablar (o sea escribir), en un
lenguaje que no tengo, del descubrimiento de
la lectura silenciosa, del amor y el odio hacia los árboles, de cómo la
escuela ve el libro como un medio y presta más atención a disecar la caligrafía
que a lograr que los niños sientan la vibración de la poesía, en su
indecibilidad y conmoción, de la nostalgia de la oralidad y del relato junto al
fuego, de la comunidad silenciosa de las bibliotecas, de mi biografía de
lectora, que comienza con la voz de mi mamá leyendo cuentos en la hora de la
siesta, con un libro sobre mariposas y con otro fotocopiado con nuestros poemas
que tratamos sin éxito de vender en el colegio y termina en un libro de viajes
que acarreo por siempre en estado de espera y varios años de padecimiento y
goce en la universidad, del audiolibro, en el que la tecnología vuelve para
atrás y nos da una palabra zombi, mitad muerta mitad viva, de un objeto que puede trasportarse, ajearse,
coleccionarse, quemarse…
Pero prefiero contar de un libro que no leí,
pero que intuyo. Prefiero escribir sobre lo que imagino que ese libro me diría
si lo leyese, sobre lo que quisiera que esté allí cifrado por medio de nuestros
extraños signos. Porque siempre se lee lo que ya se trae. Pero también porque
sé que ese libro, al leerlo, logrará romper ese corsé.
II- La
revolución de una brizna de paja, The natural way of farming, son solo nombres de traducciones de libros
que presiento en su idioma original serán muy otros. Fukuoka se convirtió en
una especie de santo de la permacultura, aunque exceda, como todo buen místico,
cualquier clasificación.
Como conquistadores, el agricultor llega muchas
veces a una tierra que antes no era suya, sino de los bichos, de la maleza, del
pasto, de la hierba, del yuyo. De todo aquello a lo que no podemos verle
utilidad, de todo aquello que despreciamos por no tener utilidad. Como si
fuéramos la medida de todas las cosas. Como Colón, clavamos nuestra lanza que
es una pala y esgrimimos nuestra toma de posesión en un idioma que la
naturaleza no comprende. La instigamos a retraerse en nombre de la soberanía
alimentaria, del jardín, el sedentarismo, la parquización, el huerto, la
agricultura, la civilización, la comida. Y sobre lo vivente imprimimos
jerarquías que parten de nuestra ignorancia. Como en toda conquista, nuestro esquema jerárquico ocupa lo existente
y decide qué debe morir, qué debe vivir. Soberanos, colonos, tiranos, cruzados.
En nuestros pocos meses de agricultores
consultamos varios manuales. En ellos existen plagas y enfermedades y métodos
para combatirlas. En el de Manushibo no podría haberlas. En primer lugar porque
todo se alimenta, todo necesita nutrirse. ¿Cómo establecer entonces la diferencia
entre nosotros y las hormigas? ¿Cómo legitimar nuestra necesidad y condenar la
del otro? ¿Cómo saber dónde empieza comer y dónde termina depredar? Y por otro
lado, ¿cómo se puede luchar contra la naturaleza? Solo los arrogantes, los
desesperados, los fanáticos o los estúpidos, combaten de frente con un oponente
que los supera. A la manera del aikidoka,
qué mejor que usar la fuerza del contrincante.
En vez de lastimar la tierra, ararla, pelarla, limpiarla, cavarla,
despojarla, fertilizarla, fumigarla, es posible comenzar por comprenderla. Las
plantas existían antes que nosotros, antes del orden del surco y el filo del
machete. Y no nos necesitan para continuar viviendo.
III-El acto de inscribir signos comenzó sobre
la roca, se desplegó sobre el papiro, se acorazó en el libro, entre sus dos
tapas. El libro nace del árbol, y el árbol nace solo, pero recibe pájaros y
niños y orugas y tatuajes de enamorados y enredaderas y lluvias y soles desde
el tallo hasta la copa. Y al caer, cuando el hacha corta su tronco quedan
hincados en él los años. Hijo del árbol, asesino del árbol, ambos libro y
madera temen al fuego. En su frondosa fragilidad está su belleza.
IV- Cuando juego al fútbol, como no tengo
habilidad, hago trampas. En nuestra lucha humana por sobrevivir, en el camino
por la subsistencia, nadamos contra el río. Quiero encontrar una forma de
entrar en la danza de las cosas, de girar, de ser leve, de andar descalza. Y de
confiar, que es una de las formas del amor.
¿Qué es Veo Veo? Es, ante todo, un juego, una excusa para conocer lugares de la mano de otros viajeros, contarnos historias, viajar aunque no tengamos la oportunidad de hacerlo, encontrarnos. Se realiza una vez al mes y las temáticas se eligen en el grupo Veo veo en Facebook, y por medio del hashtag #VeoVeo en Twitter y otras redes sociales. ¿Querés jugar? ¡Veo veo! ¿Qué ves?
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