lunes, 23 de diciembre de 2013

veo veo Libros

I-Una constelación de escenas de libros aparecen ante la pantalla en blanco. Podría hablar (o sea escribir), en un lenguaje que no tengo, del descubrimiento de  la lectura silenciosa, del amor y el odio hacia los árboles, de cómo la escuela ve el libro como un medio y presta más atención a disecar la caligrafía que a lograr que los niños sientan la vibración de la poesía, en su indecibilidad y conmoción, de la nostalgia de la oralidad y del relato junto al fuego, de la comunidad silenciosa de las bibliotecas, de mi biografía de lectora, que comienza con la voz de mi mamá leyendo cuentos en la hora de la siesta, con un libro sobre mariposas y con otro fotocopiado con nuestros poemas que tratamos sin éxito de vender en el colegio y termina en un libro de viajes que acarreo por siempre en estado de espera y varios años de padecimiento y goce en la universidad, del audiolibro, en el que la tecnología vuelve para atrás y nos da una palabra zombi, mitad muerta mitad viva,  de un objeto que puede trasportarse, ajearse, coleccionarse, quemarse…
Pero prefiero contar de un libro que no leí, pero que intuyo. Prefiero escribir sobre lo que imagino que ese libro me diría si lo leyese, sobre lo que quisiera que esté allí cifrado por medio de nuestros extraños signos. Porque siempre se lee lo que ya se trae. Pero también porque sé que ese libro, al leerlo, logrará romper ese corsé.
II- La revolución de una brizna de paja, The natural way of farming,  son solo nombres de traducciones de libros que presiento en su idioma original serán muy otros. Fukuoka se convirtió en una especie de santo de la permacultura, aunque exceda, como todo buen místico, cualquier clasificación.  
Como conquistadores, el agricultor llega muchas veces a una tierra que antes no era suya, sino de los bichos, de la maleza, del pasto, de la hierba, del yuyo. De todo aquello a lo que no podemos verle utilidad, de todo aquello que despreciamos por no tener utilidad. Como si fuéramos la medida de todas las cosas. Como Colón, clavamos nuestra lanza que es una pala y esgrimimos nuestra toma de posesión en un idioma que la naturaleza no comprende. La instigamos a retraerse en nombre de la soberanía alimentaria, del jardín, el sedentarismo, la parquización, el huerto, la agricultura, la civilización, la comida. Y sobre lo vivente imprimimos jerarquías que parten de nuestra ignorancia. Como en toda conquista,  nuestro esquema jerárquico ocupa lo existente y decide qué debe morir, qué debe vivir. Soberanos, colonos, tiranos, cruzados.
En nuestros pocos meses de agricultores consultamos varios manuales. En ellos existen plagas y enfermedades y métodos para combatirlas. En el de Manushibo no podría haberlas. En primer lugar porque todo se alimenta, todo necesita nutrirse. ¿Cómo establecer entonces la diferencia entre nosotros y las hormigas? ¿Cómo legitimar nuestra necesidad y condenar la del otro? ¿Cómo saber dónde empieza comer y dónde termina depredar? Y por otro lado, ¿cómo se puede luchar contra la naturaleza? Solo los arrogantes, los desesperados, los fanáticos o los estúpidos, combaten de frente con un oponente que los supera. A la manera del aikidoka, qué mejor que usar la fuerza del contrincante.  En vez de lastimar la tierra, ararla, pelarla, limpiarla, cavarla, despojarla, fertilizarla, fumigarla, es posible comenzar por comprenderla. Las plantas existían antes que nosotros, antes del orden del surco y el filo del machete. Y no nos necesitan para continuar viviendo.
III-El acto de inscribir signos comenzó sobre la roca, se desplegó sobre el papiro, se acorazó en el libro, entre sus dos tapas. El libro nace del árbol, y el árbol nace solo, pero recibe pájaros y niños y orugas y tatuajes de enamorados y enredaderas y lluvias y soles desde el tallo hasta la copa. Y al caer, cuando el hacha corta su tronco quedan hincados en él los años. Hijo del árbol, asesino del árbol, ambos libro y madera temen al fuego. En su frondosa fragilidad está su belleza.
IV- Cuando juego al fútbol, como no tengo habilidad, hago trampas. En nuestra lucha humana por sobrevivir, en el camino por la subsistencia, nadamos contra el río. Quiero encontrar una forma de entrar en la danza de las cosas, de girar, de ser leve, de andar descalza. Y de confiar, que es una de las formas del amor.


 ¿Qué es Veo Veo? Es, ante todo, un juego, una excusa para conocer lugares de la mano de otros viajeros, contarnos historias, viajar aunque no tengamos la oportunidad de hacerlo, encontrarnos. Se realiza una vez al mes y las temáticas se eligen en el grupo Veo veo en Facebook, y por medio del hashtag #VeoVeo en Twitter y otras redes sociales. ¿Querés jugar? ¡Veo veo! ¿Qué ves?
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