El año pasado, durante unos meses,
construí mi árbol genealógico.
Descubrí que pese a mi apellido y nuestra
cultura familiar mis ancestros son cuatro octavos italianos, dos gallegos, uno
riojano-español y solo un octavo vasco. Buscando como una detective en partidas
digitalizadas y revisando en las arcas familiares papeles de más de ciento
treinta años, llegué a anotar en mi árbol a más de dos mil personas. Mejor
dicho, dos mil nombres.