martes, 15 de octubre de 2013

Veo veo *5, una taza de té

 I- La taza de Élida, mi abuela

 Nunca tomaba otra cosa. El mate le daba asco, sentía repulsión por la promiscuidad de la bombilla. El café tal vez le parecía demasiado masculino. Y además esa costumbre le daba algo británico, algo refinado a una muy argentina mujer hija de la clase trabajadora italiana.
   El té era sagrado, pero era simple. Siempre  negro, siempre en saquitos, siempre con leche; "mucha leche y poco té", me recordaba todos los días. No había lugar para sabores exóticos, olores raros o marcas nuevas, no había más variación que algún tilo de vez en cuando, para calmar los nervios. Desayuno, merienda y con los años cena,  cabían en la misma taza.Y un buen día ya no más té, ya no más nada.
  Es difícil morirse. No se muere del todo quien ha anidado en el corazón de alguien. Persiste. No como un fantasma (o tal vez sí, pero solo en lo impalpable) sino como una realidad inmaterial, una presencia ausente con la que los vivos retenemos a los muertos como una taza retiene el aura del té que ya no está. Pero también algo de nosotros muere cuando muere otro. Esas esquirlas de recuerdos que dejamos en ellos ahora se pierden para siempre. Y tal vez esa sea la muerte que nos asusta más.


II- La taza de Maite, mi hermana

  Era nuestro primer viaje juntos. Partíamos al amor y a la aventura. Y llevaba en mi mochila un paquetito pequeño.  "Pack de viaje" decía la bolsita y adentro tenía corazones, una carta y un saquito de té. "Para tomar los tres juntos en París", decía. Pero nuestro viaje esta vez no terminaba en la capital de la bohemia sino en Copacabana, Bolivia. La encrucijada antes del lento regreso. Ciudad santuario, catedral sol y luna, iglesia con olor a tumba, camiones bendecidos pintados de colores. Y mi saquito en la mano. -"¿Me da una taza con agua caliente?"- "No puedo, no está mi jefe"; "no puedo, no tengo gas"; "no puedo, no tengo agua".          Circunvalaba los puestos del mercado y recorría vendedores incrédulos fieles a su negativa. Hasta que una muchacha joven dijo que sí. Y después de haber pasado desiertos y selvas, después de atravesar lagos y ríos, después de templar nuestro amor en la altura, en la aridez, en el calor y en el frío, nos reunimos con mi hermana a través del sabor amargo de una infusión vieja, hecha con hojas trituradas de una planta asiática.



III-La taza de Zeynep, mi amiga

      Por las noches íbamos en frente a la torre de la princesa. La luna brillaba sobre el mar, se olía el calor. El piso de la rambla en donde de día ponían sus zapatos los caminantes, los pescadores, los que jugaban a dispararles de globos en el agua, estaba ahora cubierto de alfombras. Ninguna era igual a la otra. Todas encerraban un universo complejo en sus urdimbres, una galaxia que se reflejaba para arriba en el cielo estrellado y abierto. Toda la costanera era una casa de té, y toda Turquía es una casa de té a su vez.  Los empleados tapizaban la calle todas las noches para que los paseante se sentasen, los pies desnudos, a beber sus tazas con silueta de tulipán y té del color del rubí. Y hablar, mirando el mar, oliendo el mar, adivinando la orilla de en frente que esconde Europa en las noches sin luna. Sentados en el piso, acostados, descalzos, susurrando las melodías del silencio y de las olas, disfrutando del tiempo sin tiempo, del tiempo sin horario, siendo. Así conocí a Zeynep.  Aquella mujer sufi era la mayor anarquista del mundo. Vivía  (vive a decir verdad, aunque el relato se enamore del imperfecto) sin trabajar,  sin creer en el dinero, aprendiendo y lanzándose siempre hacia el futuro. Confiando, pensando, rezando, sonriendo, descansando los pies sobre la arena, los ojos en el libro, la lengua en las canciones, la frente sobre la alfombra.  


IV-La taza de mi mamá, mi primer taza

  Yo nunca tomaba té. Ni mate, ni té, ni café. Agua. Pero abría el comedor autogestionado de la universidad y quería apoyarlo. El té con leche costaba cincuenta centavos, 75 con una medialuna. Lo pedí, sentada en mesas compartidas. En esa época usaba cresta en vez de velo y me aterraba la idea de una mesa individual.  No me gusta el aislamiento, me gustan las comunidades. Comer en soledad en un sitio lleno de gente, comer una comida servida por dinero y no por amor es quitarnos la baraka, aquel misterio de magia y bendición que aportan los alimentos. Comer y beber tienen que ver con vivir y no se puede, no se debe, vivir solos. Aquel comedor era como un ajtapi del té y el café y los clientes era como hermanos desconocidos de una gran familia proletaria. Me senté con el té, con mi taza y probé ese trago dulce y tibio. Un sabor conocido. Me sentí de pronto un bebé sobre el pecho de mi madre y no recordé sino que volví a vivir aquel primer sabor del calor, de intimidad con un cuerpo al que se ama, de plenitud en el mundo. Como un bebé, de nuevo. Una pequeña e insignificante taza  que me arrastró por las edades, por el tiempo, hacia el momento en el que aún no sabía mi nombre pero podía ya reconocer un sabor, un calor, un cuerpo.




24 comentarios:

  1. Guau!! Muy bellos relatos!
    Mi abuela también se llamaba Élida... Gracias por esto!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. qué coincidencia! va a la memoria de ella también! gracias a vos!

      Eliminar
  2. Querida pensadora:Tus relatos son una caricia para mi alma!!! GRACIAS!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. tus comentarios también acarician mi alma! Gracias a vos!!

      Eliminar
  3. Me encantó, un relato más conmovedor que el otro y este último...
    Un abrazo!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Juan Manuel por leer y comentar! Un abrazo para vos también!

      Eliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Sin querer queriendo estas palabras se fueron deslizando de la muerte al nacimiento, sorbito a sorbito, a través de cuatro mujeres, de cuatro tazas
    ¡gracias por compartir este viaje conmigo!

    ResponderEliminar
  6. ¡Hermosísimo! Me emocioné con todos los relatos. Nunca te había leído pero ahora no puedo parar. Es simplemente bello. Siga escribiendo, pensadora, que lo hace de maravillas.

    Angie

    ResponderEliminar
  7. ¡Muchas gracias por leer, comentar y darme impulso para nuevas escrituras! ¡Sos bienvenida siempre en este espacio! ¡Hasta pronto!

    ResponderEliminar
  8. Boca abierta
    Ojos más abiertos
    Cara de: ¿puede entrar
    toda la belleza del mundo
    en una taza de té?

    ¡Gracias por jugar con nosotros!

    Pre-cio-sos relatos

    ResponderEliminar
  9. ¡gracias Maga por leer, comentar y haber comenzado este juego maravilloso! La belleza del mundo puede entrar hasta en una gota de agua, hasta en un pedacito de aire. Ojalá estemos siempre susceptibles de percibirlo, ese es uno de mis mayores deseos, ¡y que los ojos no se cierren si no es para seguir soñando!

    ResponderEliminar
  10. Me gustó mucho la simpleza de los relatos...aprecio mucho la simpleza yo...y me llamó muchísimo la atención esta frase: "...comer una comida servida por dinero y no por amor es quitarnos la baraka, aquel misterio de magia y bendición que aportan los alimentos." ...la baraka es algo que no conocía, pero voy a ponerme a averiguar sobre ello...nunca me gusta ir a comer a restaurantes, o lugares similares, y esas palabras me abrieron a pensar y analizar los porqués....gracias...:) Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Amneris! La baraka significa algo así como "bendición" tanto para el judaísmo como para el islam. ¡Todas las cosas tiene parte de esa energía benéfica divina, incluida la comida por supuesto!¿ Y qué mayor bendición que algo hecho con amor, que es la fuerza que mueve al mundo? Un abrazo y hasta pronto!

      Eliminar
  11. Hermoso relatos!! Me encantaron!!
    Quiero leer más y más!
    Saludoss!

    ResponderEliminar
  12. Hey pensadora, todos tus relatos me han parecido muy hermosos!, pero debo confesarte que el primero ha sido mi favorito. Me encantó: "No se muere del todo quien ha anidado en el corazón de alguien." Sabes, será que en mi país los días en que se conmemoran a nuestros muertos están muy próximos. Donde la muerte y los que solían acompañarnos retoman otro sentido en nuestro interior...Un gran abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias Deana! Asumo que serás mexicana y que una vez al año comerás calaveritas de azúcar. Creo que en mezclar el azúcar con la muerte el pueblo mexicano descubrió algo maravilloso: que la muerte puede ser dulce y que hay que endulzar el recuerdo de los que se fueron y que es el blanco, y no el negro el color de los muertos y que, por eso, no hay nada que temer. Muchas gracias por leer, comentar y ayudarme a pensar! Hasta pronto!

      Eliminar
  13. Muy lindo Aldi! Te felicito por lo simple para decir cosas hermosas y porque no hay nada más sincero que escribir desde lo sentido. Conecté con vos, con tus experiencias, con tu forma de ver lo vivido.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Mara! estoy muy contenta de que se haya logrado ese lazo! Y gracias por conectarte vos también al comentar! te espero siempre en esta casa y en la real!

      Eliminar