viernes, 29 de marzo de 2013

El nombre - obviedades fragmentarias sobre una triste sociedad letrada


I-
The Yellow Tape es un documental sueco que trata sobre una ley de la Unión Europea que ordena que los animales sean identificados con unas etiquetas de plástico amarillo incrustadas como aros en las orejas. Un día, hace unos años, los inspectores descubrieron seis vacas que no portaban su identificación. Seis vacas sanas, rumiando en una pradera verde. Las mataron con disparos de escopeta. No debe existir lo que no existe. Lo que no existe, no debe existir. Ese es el lema de los policías de lo existente.


II-
Un cuerpo no es ya en sí mismo prueba suficiente de su materialidad. Por el contrario: el cuerpo no es más que el soporte material de la existencia inapelable del papel, de la letra.

III-
Cuando tenía dieciocho años fui a un bar. La puerta estaba cerrada y el seguridad decidía a quién dejaba pasar y a quién no. Delante mío, en la fila, había una chica que no llevaba el documento. –Si no lo tenés, no podés entrar, le dijo aquel fornido vigilante de la nada. –Te muestro los dientes, replicó la joven, soñando que era un caballo, soñando que el cuerpo era un signo.

IV-
Que el nombre es un poder sobre algo. Que quien conoce los nombres tiene un poder. Que lo que no tiene nombre a veces acecha, escudado en su invisibilidad. Que su invisibilidad no es otra cosa que su indecibilidad. Que sin los nombres no podemos separar, dividir, no podemos ver entre la compleja maraña del mundo.

V-
Un chiste turco: entra una pareja a un hotel. El conserje les pide la libreta de matrimonio para poder darles una habitación doble.
– ¿Agarraste ese papel?, pregunta la mujer.
 – No, estaba arriba del televisor, se suponía que lo ibas a guardar vos. Hasta un idiota hubiera visto que estaba ahí.
-¿Me estás llamando idiota?
-No pongas en mi boca palabras que no dije, vos tenías que agarrar el papel, ¿qué esperás, que yo haga todo como siempre? Ya me tenés can...
-Bueno, bueno, no hace falta el certificado, es evidente que están casados, aquí tienen la llave.

VI-
Que lo que no tiene nombre a veces es aquello a lo que nuestra pequeña máquina de razonar no ha logrado embetunar. Que lo que no tiene nombre es aquello que se sustrae a nuestro poder de mancillar las cosas con la etiqueta amarilla. Que lo que no tiene nombre puede ser aquello que unos llaman vida, alma, dios. Que la correcta asignación de los nombres a los sentimientos, sensaciones, estados se nos escapa siempre, sin importar cuantos vetustos libros de autoayuda o machaqueros programas de televisión hayamos visto.  Que gracias al anonimato en el que se ha mantenido parte de ese algo, nos queda algo a salvo.
Que como los inspectores suecos preferimos que muera lo que no puede ser nombrado antes de aceptar una existencia previa a nuestra nomenclatura, previa a nuestras palabras, previa a nuestros pensamientos, previa a nosotros, a nuestra cultura y su prepotencia, previa al orden. Que el caos es en sí un infinito constelado a donde no llegan los ojos de nuestro diccionario, donde la lengua se queda perpleja y el habla desaparece.

VII-
Tengo una lista de nombres para niños por venir, anotados con colores del arcoíris en el cuaderno transanual. Si un niño se me plantara en el centro del cuerpo esta semana, lo llamaría Amador.  Que luego decida a quién, a qué amar. Que mientras que ame alcanza.

VIII-
Creo que los místicos judíos buscan en la cábala el nombre secreto de Dios. Los musulmanes tienen una lista de 99 nombres que son atributos divinos. A través de ellos, en su multiplicidad, podría llegar a entreverse qué quiere decir el nombre “dios”, a qué refiere.
Pero hay un estado, cuentan quienes oyeron hablar a quienes saben, en el que todos los nombres del mundo se funden en un solo nombre. Todos los nombres, mi nombre, dejan de existir. Aquel único nombre que ya deja de serlo (¿qué clase de nombre es aquel que ya no cataloga, que ya no clasifica, que ya no divide?) baja de la boca al pecho y lo hace estallar. Todo lo cerrado se abre. No hay más palabras que funcionen de barreras. Por eso hay quienes designan lo absoluto llamándolo “Todo”. Y todo no significa nada.

IX-
            En la época en la que el arte era parte de la vida, los que hoy llamamos “artistas”, no firmaban sus obras. Esa ausencia de nombre era índice de una presencia. Con el nacimiento del nombre nació el artista. Con el nacimiento del artista, murió el arte.
Los sufis dicen: “el sufismo era una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad”. Tomá la oración entre comillas, borrá la palabra sufismo, escribí en su lugar cualquier otra (arte en este caso). Lamentablemente, el reemplazo siempre funciona.

X-
Hay una búsqueda anárquica ontológica que se opone a las sociedades de control de una manera más radical que cualquier bomba molotov contra el vidrio de un Mc Donalds. Tiene muchos nombres, puesto que en su esencia carece de ellos. 

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