0-Enseñarles a los niños a creer en
Papá Noel solo sirve para que de grandes desconfíen de la tele
En una sociedad que se vanagloria de
su respeto a los más pequeños bajo los ostentosos trajes de los Derechos del
niño o de la lucha contra el trabajo infantil subsiste una mentira disfrazada
de cariño. Cada navidad los niños y niñas de mi país son objeto de una bienintencionada
farsa que se llama Papá Noel, perpetuada sin miramientos por generaciones tras
generaciones de madres, padres y abuelos, bajo el nombre de la tradición. Y
quizás vaya llegando la hora de que el engaño termine.
No soy un grinch: no tengo nada en contra de la navidad, ni de dar regalos,
ni de preservar tradiciones, festejar o creer en cosas a simple vista
imposibles. Pero me rehúso a mentirle a
mi hija, a hacerle creer lo que se que es patentemente falso.
I- Ya estamos grandes para mentir…
Es que, si se lo piensa un poco, lo
del Papá Noel es la mentira mejor montada que vivimos hoy en día. Sí, hay
quienes pueden decir que ese galardón le corresponde al sistema capitalista, a
las religiones, las guerras, los estados, a cualquier otra entidad. Pero eso no
sería cierto, porque aunque esas cosas fueran falsas, muchas de las personas
que las pregonan y las defienden creen en ellas, piensan que son ciertas. Y sin
embargo no conocí ningún mayor de veinte años que crea en Santa Claus, y aún
teniendo la certeza de que no existe, de que es puramente una invención, se
esfuerzan por todos los medios en convencer a otros de su existencia. Eso, lo
pinten como lo pinten, se llama mentir.
II- …alevosamente.
Al principio eran hombres con barbas
de algodón disfrazados en los negocios (sobre el link Papá Noel-consumismo no
hace falta que agregue nada), luego se agregaron las películas hollywoodenses,
los noticieros que relatan las peripecias de los trineos (pero demasiado cerca
de las noticias de suba de precios de juguetes, claro) y finalmente Internet,
con aplicaciones para seguir el paso de Santa Claus y videos personalizados en
donde él mismo te nombra y te pide que te portes bien. Y, como si fuera poco,
la palabra. La palabra de todas las
personas en las que un niño confía. La palabra unificada que asegura que es
verdad que en el Polo vive un hombre vestido de rojo que trae regalos. La
palabra falsa que se mantiene, fosilizada en su engaño, buena parte de los
primeros años de vida.
III-No son ellos, somos nosotros
No es que los niños sean crédulos, es que se los manipula con demasiadas
evidencias, se
montan demasiadas pruebas. No es que les guste creer mentiras, es que los
engañamos muy bien. No es que no razonen, sino que deberían ser demasiado
malvados para creer que todos les mienten, que están frente a una confabulación
que alcanza desde el kiosco de la esquina al jardín de infantes y las cadenas
de televisión.
No es una mentira “piadosa”. Estas,
si existiesen, se esgrimirían para consolar a los tristes, para evitar una
angustia. Convenciendo a los niños de la existencia de Papá Noel (y vaya que
nos esforzamos para convencerlos con tanto traje, carta, película y regalo) no
se evita ninguna pena, ni siquiera se gana una alegría nueva. ¿Acaso no son los
niños capaces de sorprenderse ante un regalo inesperado, o de ser felices con
la alegría de una fiesta familiar?
V- …los que no creen en nada
Les mentimos a los niños para que
crean, porque nosotros ya no podemos hacerlo, y nos alimentamos del brillo de
la magia en sus ojos. Es llamativo que en las sociedades cristianas en donde el
peso de la religión cae, el valor de Santa Claus suba: cuando ya nadie quiere
creer en nada, no queda más que disfrutar de ver soñar a los más pequeños.
V- Tradiciones injertadas
Hay quienes se escudan en la
tradición. Pero tampoco. El Papá Noel que conocemos hoy en día tiene menos de
cien años de existencia y sus apariciones son bastante limitadas. Muchos países
europeos se niegan a aceptarlo, porque lo ven como un impostor que le quita la
navidad a su verdadero personaje principal, Jesús. Mezcla de monje griego,
dioses paganos, reyes magos bajo la forma de dibujos del siglo XIX, Papá Noel
llegó para reemplazar la navidad en los países en los que el nacimiento del
hijo de María ya no conmovía a nadie. La sociedad necesita que los niños crean
en Santa, porque ellos mismos no pueden creer en Dios. ¿Y cómo podrían creer en
algo, si los adultos de hoy fueron criados en la mentira y su posterior
desengaño?
VI- La pérdida
Es que después de una gran farsa,
llega la desilusión. Yo ya me había dado cuenta de que el mundo era cruel, de
que existía la muerte, de que no era posible hacer realidad todos mis deseos,
de que había gente malvada y de que no todo tenía un final feliz. Pero siempre
quedaba Papá Noel, mano visible de Dios, representación de todo lo bueno, el
pilar sobre el que sostenía mi fe en un mundo mejor, más hermoso y justo, en el
que la bondad importara más que el dinero. Claro que había cabos de la historia
que no cerraban: cómo podía traer juguetes de marcas, por qué había tantos Papá
Noeles apócrifos (tenía imaginación y no era tan tonta como para dudar que
volar y estar en muchos lugares a la vez fuera posible), pero para quien quiere
creer en algo, es fácil rellenar contradicciones. Hasta que un día llegó la
decepción y todo cayó junto. Si querés un hijo que dude de todo, que sienta que
todos le mienten, que desconfíe de todo y que piense que solo los estúpidos
creen en lo maravilloso, entonces tal vez sea una buena idea decirle que Papá
Noel existe.
VII-La ficción
Detrás de todo se esconde, además,
una profunda subestimación de la capacidad de comprensión de los niños. Desde
pequeños, los chicos pueden discernir entre distintos mundos, y saber que los
personajes de los cuentos, por ejemplo, tienen una existencia distinta de las
personas que conocen. En otras palabras, son capaces de diferenciar realidad y
ficción. Esto no quita que dejen de gozar de lo ficcional: tal como nosotros
disfrutamos de una película o una novela, sin creer que existe en la realidad,
pero sabiendo que lo que sucede allí tiene entidad en un mundo otro, en un
mundo posible que no es el nuestro. No creen que el juguete de su personaje
favorito sea ese personaje, no creen encontrar a Caperucita en el camino a la
casa, distinguen perfectamente entre una cosa y la otra.
La tontería del adulto está en
pensar que para el niño solo existe el mito o la realidad descarnada, y
negarle de plano cualquier acercamiento al símbolo, a la metáfora. A diferencia
del Islam donde los rituales religiosos son una representación, una
conmemoración o un recuerdo de algo,
para muchas creencias el mito es verdad. El mito se repite, se actualiza en
cada ritual, no es historia pasada. Helios no condujo su carro de oro una vez,
sino que lo hace cada día produciendo así el nacimiento del sol, la eucaristía
no “representa” el cuerpo de Cristo vuelve a ofrecer cada domingo. Tal vez sea por su origen pseudocristiano que
en nuestra sociedad no haya más destino para Santa Claus que debatirse entre
existir y no existir, entre la verdad y la mentira, entre el mito y la
realidad, olvidando que en el medio de ambos se encuentra la inagotable tierra
de la fantasía.
VIII-Hacerlo fácil
No es ético hacerle creer algo falso
a alguien solo porque pensamos que la mentira lo alegraría. Si no, los padres
deberían aceptar que sus hijos fragüen con buenas notas los boletines
escolares, y los enamorados, como en las películas, podrían pretender que son
millonarios cuando son mendigos solo para conquistar a la persona de sus
sueños. No hay una moral distinta para cada edad: mentirle a un niño es eso,
mentir.
“Hay una leyenda de un hombre gordo llamado Papá Noel, y para celebrar su historia, en las casas en las que les interesa, todos les regalan presentes
a los niños”. Cualquiera puede entenderlo. No miente, no engaña, no quita
ninguna ilusión, no decepciona. La dicha solo puede proceder de la verdad.