I- La taza de Élida, mi abuela
Nunca tomaba otra cosa. El mate le daba asco, sentía repulsión por la promiscuidad de la bombilla. El café tal vez le parecía demasiado masculino. Y además esa costumbre le daba algo británico, algo refinado a una muy argentina mujer hija de la clase trabajadora italiana.
El té era sagrado, pero era simple. Siempre negro, siempre en saquitos, siempre con leche; "mucha leche y poco té", me recordaba todos los días. No había lugar para sabores exóticos, olores raros o marcas nuevas, no había más variación que algún tilo de vez en cuando, para calmar los nervios. Desayuno, merienda y con los años cena, cabían en la misma taza.Y un buen día ya no más té, ya no más nada.